Por IGNACIO HURTADO GÓMEZ *
Pareciera que no es una pregunta que comúnmente nos hagamos. Más aún, tal vez nunca nos habíamos planteado una interrogante así. Y sin duda, no estamos frente a una pregunta menor.
A pesar de que hemos hablado desde hace varios ayeres de la transición democrática, así como de su proceso de consolidación y fortalecimiento, pareciera que siempre hemos estado tranquilos de vivir en una democracia, y tal vez por ello pocas veces nos hemos detenido a preguntarnos si nuestra democracia a la mexicana algún día, o incluso tal vez ahora, pudiera enfermarse o debilitarse. Menos aún nos hemos planteado si algún día se nos pudiera morir.
El posible catastrofismo que se pudiera leer en la pregunta no es un tema gratuito. Desde el otro lado del muro, los profesores Levitsky y Ziblatt, desde la perspectiva norteamericana se han planteado “Cómo mueren las democracias”, y para ello en términos muy generales señalan que hay dos vías: la violenta como los golpes de estado en donde las democracias mueren súbitamente, y cuando un gobernante llega al poder por la vía democrática y legitima, pero al tiempo comienza a socavar las instituciones democráticas al grado de matarla. Claramente la dedicatoria lleva nombre y apellido, y más ahora que se ha iniciado juicio político en su contra, o el llamado impeachment.
Por su parte, del lado nuestro, el maestro José Woldenberg hace no mucho ha presentado su libro: “En defensa de la democracia”, e igualmente reflexiona desde la misma portada con una premisa fundamental: “Como toda edificación humana, la democracia puede fortalecerse, reblandecerse e incluso desaparecer para dar paso a fórmulas autoritarias”, lo cual me hizo recordar de inmediato el vericueto que traen el senado con el tema de la desaparición de poderes en algunas entidades federativas, decisión que, por lo demás, no requiere de una mayoría calificada, por lo que los números son muy claros.
Y esto sin olvidar otro texto de John Keane, sobre la “Vida y muerte de la democracia”, con un repaso histórico hasta llegar a su forma contemporánea.
Nada menor pues, en estos momentos en donde se confrontan el Parlamento y el Primer Ministro en Gran Bretaña por el tema del Brexit, cuando este último mandó cerrar el parlamento de forma indebida, señaló la propia Corte Británica que ordenó su reapertura.
O incluso el conflicto que hoy día traen en Perú entre el Presidente de la República que acaba de desconocer al Congreso y de convocar a nuevas elecciones, y por su parte del Congreso que por votación mayoritaria acaba de desconocer al Presidente.
Así pues, no estamos ante un tema menor, sobre todo en la medida de que se dimensione la magnitud de una eventualidad así, y para ello dos reflexiones finales.
En primer lugar no podemos dejar de lado lo que implica un sistema democrática, y a partir de ahí valorar la importancia de cuidarlo, de protegerlo. En efecto, está más que dicho que la democracia hoy no podemos circunscribirla al tema meramente procedimental o electoral en términos de la toma de decisiones, sino que tiene también, y he aquí la trascendencia, una vertiente de derechos humanos, de valores y principios dentro de una colectividad. Se trata de valorar su vertiente sustantiva, esto es, la democracia de contenido.
En ese punto baste recordar lo que dice nuestra propia Constitución cuando señala que la democracia “es un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo”, por ello, pensar en una democracia mermada, frágil, debilitada, enferma o incluso moribunda no es poca cosa, pues ello sin duda impacta en la vigencia de los derechos humanos, y con ello, en la satisfacción de las necesidades más elementales de la sociedad, así como de nuestras libertades.
En otras palabras, y por todo lo que ello implica, no podemos darnos el lujo como sociedad de tener una democracia reblandecida o debilitada.
Y más aún, porque hasta donde se sabe, no tenemos algún otro modelo o sistema que pueda sustituir a nuestra democracia en caso de que este modelo termine por desaparecer; es decir, es lo único que tenemos como garantía de las libertades y derechos.
En ese punto no hay de otra. Debemos y tenemos que cuidar a nuestra democracia, como régimen político, como estructura jurídica, y como sistema de vida.
Al final, la buena noticia como dijera Mafer es que, aún y cuando se encuentre moribunda, ésta nunca fallecerá, porque la democracia es inherente al pueblo, y mientras haya pueblo, la semilla de la democracia estará presente para revitalizarla y fortalecerla cuando sea necesario. Al tiempo.
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* Ignacio Hurtado Gómez. Es egresado de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde ejerce también la docencia. Ha sido asesor del IFE (ahora INE); ex magistrado del Tribunal Electoral del Estado de Michoacán.
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