Categoría: ENTREVISTAS

  • ENTREVISTA. Raíces en el Barrio, Servicio en el Campo: La Travesía de Roberto Carlos López García

    ENTREVISTA. Raíces en el Barrio, Servicio en el Campo: La Travesía de Roberto Carlos López García

    La Página

    Por VÍCTOR ARMANDO LÓPEZ

    El rumor constante de la ciudad de Morelia, con su trasfondo de cláxones lejanos y el tañido puntual de las campanas de su catedral, sirve de banda sonora a una vida que ha transitado con igual soltura por el empolvado terreno de una cancha de fútbol improvisada, los solemnes salones del Congreso y los surcos de las parcelas rurales del municipio y de la geografía michoacana.  

    En una oficina gubernamental en la zona de Manantiales, donde antes los ciudadanos acudían a pagar el predial y hoy se gestiona el desarrollo del campo, ahí Roberto Carlos López García despacha.

    En entrevista para el programa “Conexión” del portal www.lapaginanoticias.com.mx, el titular de la Secretaría de Desarrollo Rural del Ayuntamiento de Morelia despliega una energía serena y un hablar pausado que delata una biografía tejida a fuerza de convicción, organización y un arraigo profundo a su tierra.

    Su historia no es la de un tecnócrata llegado desde fuera, sino la de un moreliano de cepa, un hombre cuya identidad se forjó en la transición de un Morelia casi pueblo grande a la metrópoli vibrante y difícil que es hoy. En ella encontró en el servicio público, especialmente en la defensa del campo, el cauce natural para su vocación de líder nato.

    “Roberto Carlos López García es un ciudadano moreliano”, se presenta con una sencillez que desarma, iniciando un relato que hunde sus primeras raíces en la colonia Industrial. La muerte de su padre cuando apenas tenía siete años marcó un punto de inflexión. “Nos fuimos a vivir a Prados Verdes… cuando en Prados había como veintiocho viviendas solamente. Hoy hay trece mil habitantes, más menos”, cuenta, dibujando con la palabra el paisaje de su infancia: Un barrio en gestación, un vasto terreno de oportunidades y travesuras bajo la atenta mirada de una madre que, convertida en jefa de familia en una época particularmente difícil para las mujeres, imprimió carácter a su descendencia.

     “Mi mamá era una persona que nos encargaba ser cumplidos, disciplinados… cuando ella llegaba [del trabajo] ya no quería encontrarnos en la calle”, evoca, reconociendo en esa formación el germen del orden y la responsabilidad que lo acompañarían siempre.

    Ese Prados Verdes incipiente era su reino, un espacio de libertad donde los lotes baldíos y las calles sin pavimentar se convertían en estadios mundiales. “Yo siempre fui futbolero. O sea, quince minutos que tenía libre yo jugaba fútbol… Lo que hoy es la secundaria 9 era nuestra cancha de fútbol”, recuerda con una sonrisa que atraviesa los años.

    Era una época de confianza vecinal, donde los niños trazaban atajos entre los terrenos y podían estar todo el día afuera, bajo la única y férrea condición de tener la casa en orden y las tareas hechas al regreso de su madre de la fábrica Búfalo.

    Esa pasión deportiva no fue un mero pasatiempo infantil; fue una escuela de vida y la puerta de entrada, de una forma curiosa, a su destino político. En su adolescencia, su talento con el balón lo llevó a probar suerte en la tercera división profesional, una experiencia formativa que habla de su tenacidad. “Jugué profesional en el peor equipo de la zona… el último de la tabla”, confiesa con humor, explicando que una regla que obligaba a alinear a menores de dieciséis años le aseguró un lugar constante en el campo. “Así hubiera sido malo, yo hubiera estado seguro de mi participación”.

    Pero el fútbol también fue el hilo conductor hacia su primera incursión en la vida pública. Al organizar un equipo con amigos para una liga local, se enfrentaron al problema de no tener uniformes. “El presidente de la liga me dijo… ‘ve al PRI, a la mejor ahí te regalan los uniformes’”.

    Así, un Roberto Carlos adolescente se presentó en el Partido Revolucionario Institucional, donde un joven José Luis Puente lo recibió. La ayuda no llegó de inmediato, sino a cambio de participación. “Me dijo: “Sí, hay forma de ayudarte, pero el sábado va a haber una asamblea. Te invitamos a que participes’”. Fue el inicio de un largo compromiso. Lo que comenzó como una estrategia para conseguir playeras se transformó en una revelación: “Identifiqué que mi participación dentro del PRI podía llevarle cosas a mi generación”.

    Logró llevar maestros de guitarra y de declamación, como apoyo para su secundaria. “Sin darme cuenta me involucré. Yo ni siquiera tendría edad para afiliarme, pero participaba activamente”.

    Su primer cargo formal llegaría en 1991, como representante general de casilla, un rol menor pero fundamental que encendió en él la chispa de la organización comunitaria. Mientras su vida política daba sus primeros pasos, su camino académico seguía un trazo sinuoso, marcado por la necesidad y la autodescubierta vocación.

    Inició el bachillerato en el CETIS 120, estudiando electrónica, pero pronto se topó con una verdad incómoda: “Descubrí en la escuela que no era mi materia las ciencias”. Sin la opción de un año sabático o un cambio fácil, concluyó la técnica y luego revalidó para estudiar humanidades, guiado por dos influencias poderosas. Por un lado, su creciente gusto por “organizar gente”.

    Por otro, las lecciones de su abuelo paterno, quien le hablaba con pasión de José María Morelos y los Sentimientos de la Nación. “En el espíritu de los sentimientos fue lo que me hizo pensar en estudiar el derecho”, afirma.

    Sin embargo, la vida adulta y las responsabilidades llegaron pronto. Roberto Carlos a los diecinueve años se casó, y la necesidad de trabajar lo obligó a suspender la licenciatura. Durante años, ese título pendiente fue una espina clavada, hasta que una conversación con su madre, ya siendo un hombre maduro y padre de familia, lo confrontó. “Mi mamá me agarra y me dice… ‘llegará el momento en que tu hijo te diga: ¿Y tú, papá, qué estudiaste? No le diste el ejemplo’”. Fue un llamado al que no pudo sustraerse.

    A principios de 2014, con los planes de estudio renovados, retomó la carrera de Derecho desde cero. Se graduó en 2017 y se tituló en 2018, en una ceremonia cargada de simbolismo familiar. “Invité a mis hijos para que fueran testigos… y le pedí al rector dos copias de mi acta. Les dije: ‘esto es lo menos que espero de ustedes’”. Ese episodio no fue el fin, sino el inicio de una sed de conocimiento que lo llevó a completar dos maestrías y un doctorado en Administración Pública, siempre vinculando el estudio con su labor en el campo, como lo demuestra su tesis sobre políticas públicas para el sector agroalimentario en Michoacán.

    Su trayectoria política y de liderazgo social corrió en paralelo, alimentándose mutuamente. De representante de casilla pasó a presidente del comité seccional del PRI y luego encontró su verdadero nicho en el movimiento campesino. En 2005, en una muestra temprana de su conexión con las bases, ganó por consulta directa la presidencia del Comité Municipal Campesino de la Confederación Nacional Campesina (CNC) en Morelia, derrotando a su contendiente por cuatro a uno. “A mí me ha ido bien cuando a la gente se le consulta”, reflexiona.

    Este triunfo lo catapultó a ser regidor en el periodo de Fausto Vallejo (2008-2011) y, posteriormente, a ganar también por consulta la dirigencia estatal de Comunidades Agrarias de la CNC. Fue en este rol donde dejó una huella profunda. Entre 2011 y 2016, encabezó una transformación productiva en el campo michoacano que hoy considera uno de sus mayores logros. Articulando a los productores, gestionando programas ante los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, y generando sinergia con el gobierno estatal, logró un salto cuantitativo histórico.

    “En el 2011, Michoacán se producían 650 mil toneladas de granos… en el 2016, ya cosechábamos un millón 650 mil toneladas”, relata con legítimo orgullo. Este éxito reposicionó a la CNC en la entidad y le granjeó una credibilidad que se tradujo, en 2015, en 26 presidencias municipales para su organización.

    Esa credibilidad y capacidad organizativa lo llevaron, finalmente, a la representación popular que siempre anheló, aunque no todos creyeran en sus posibilidades. “A mí siempre me habían dicho que no lo podría lograr… un personaje muy importante en Michoacán me dijo una ocasión que no tenía características para ser regidor”, recuerda sin resentimiento, pero con la satisfacción del deber cumplido.

    Ese mismo personaje, años después, tras verlo convertido en diputado local, le pidió disculpas. Como diputado local, y luego federal, su labor fue una extensión de su causa: el campo. “Mi causa es el campo”, afirma con seguridad. Su gestión se caracterizó por una presencia constante y una obsesión por el trabajo tangible. Llevó techumbres a escuelas, fertilizante a los campesinos (600 toneladas anuales en su periodo local) y siempre buscó resolver necesidades concretas.

    Una anécdota de López García lo pinta de cuerpo entero: Siendo dirigente, una señora de Villa Magna le pidió orientación para conseguir el techo del kínder de su nieto. Un año después, ya como diputado, al revisar las listas de obras pendientes, vio esa misma techumbre sin realizar. “Ah

    bueno, vamos a hacerla”, dijo, y la gestionó. “Logramos hacerla porque me acordé de la señora”. Esa memoria para las promesas y los rostros es un sello de su forma de entender la política.

    Hoy, como secretario de Desarrollo Rural de Morelia, enfrenta el reto de impulsar un municipio cuya vocación, explica, ha mutado. “Morelia… tiene más vocación forestal. Más o menos el 55 por ciento del territorio municipal es de vocación forestal”, detalla con la precisión del estudioso. Sin embargo, la actividad principal en el campo moreliano es ahora la ganadería familiar, un cambio impulsado desde finales de los años 90. “No hay familia que no tenga cinco o seis cabezas [de ganado] la que menos… principalmente para tener leche”.

    La agricultura persiste, pero mayoritariamente para autoconsumo y forraje. Su labor desde la secretaría es “fomentar la productividad” con programas pecuarios, acuícolas y agrícolas, y con una herramienta clave: la maquinaria pesada adquirida por el ayuntamiento, que no sólo mejora la infraestructura productiva (caminos saca-cosechas, bordos para agua) sino que también se emplea en obras de beneficio social en las comunidades rurales que conforman el 73 por ciento del territorio municipal.

    Lejos de las oficinas y las gestiones, Roberto Carlos López García preserva espacios para su vida personal, que siempre ha estado intrínsecamente ligada a su servicio público. Sigue viviendo en su querido barrio de Prados Verdes, donde los vecinos lo saludan y a veces lo regañan amistosamente por gestiones pendientes.

    “Gozo de una simpatía porque mi mamá es un buen ser humano”, reconoce, atribuyendo parte del cariño recibido al capital social sembrado por su madre. En sus tiempos libres, mantiene viva la pasión futbolera con una cascarita los jueves por la noche, y ha cultivado el hábito de la lectura, especialmente de historia, acompañada de “una copita de mezcal” que, bromea, “abre el pensamiento”. En la cocina, encuentra otro terreno para la experimentación y el desafío, aunque con resultados mixtos. Se declara especialista en barbacoa, pero la morisqueta, ese “postre michoacano”, se le ha convertido en una obsesión fallida. “Desde el 2017 he intentado… siempre o me queda muy aguado o me queda muy seco”, confiesa entre risas, resignado a haberse convertido, en el proceso, en un experto del arroz con leche.

    Su mayor admiración, sin embargo, no está en los libros de historia ni en las recetas, sino en casa: “Mi madre. Porque es una persona que fue luchadora… que viene de la cultura del esfuerzo… si hoy es complejo ser jefa de familia, imaginemos hace cuarenta años”.

    Mirando hacia el futuro y reflexionando sobre las necesidades de su estado, Roberto Carlos López García participa en la dinámica de “La llave mágica”, por lo que señala que si la tuviera le abriría a Michoacán la cultura de la paz.

    “Si nos armonizamos entre nosotros, si construimos la cultura de la paz, podemos provocar sinergia y equipo”, sostiene, convencido de que la solidaridad, característica del michoacano, es la base para el desarrollo económico y la estabilidad social.

    Su trayecto, desde aquel niño que corría entre las calles polvorientas de Prados Verdes hasta el funcionario que hoy diseña políticas para el campo moreliano, es un testimonio de constancia, aprendizaje continuo y una fe inquebrantable en el poder de la organización comunitaria.

    Roberto Carlos López García no es un político de discursos grandilocuentes, sino de obras concretas; no un burócrata distante, sino un vecino más que entiende que el verdadero desarrollo empieza por escuchar, organizar y servir, siempre con los pies firmemente plantados en la tierra que lo vio nacer y a la que ha dedicado su vida.

  • Entrevista. Silvia Chávez Gallegos pionera de la Oncología infantil en Michoacán. ¡Ha salvado la vida de más de 2 mil niños!

    Entrevista. Silvia Chávez Gallegos pionera de la Oncología infantil en Michoacán. ¡Ha salvado la vida de más de 2 mil niños!

    Por VÍCTOR ARMANDO LÓPEZ

    La Doctora Silvia Chávez Gallegos representa un ejemplo notable de dedicación y especialización en el campo de la medicina en Michoacán. Como la primera oncóloga pediatra formada en el estado, su carrera refleja una evolución constante marcada por decisiones cruciales, desafíos superados y un compromiso profundo con la salud infantil. De ahí que a la fecha ha intervenido en la salvación de vida de más de 2 mil niños.

    De este universo de infantes, muchos siguen teniendo contacto con ella, incluso, ya siendo adultos y profesionistas, varios de ellos muy destacados. Pues no se les olvida el gran trato humano y profesional que ella les brindó para que siguieran con vida. Incluso, algunos cada año viajan desde otros países como Canadá y Estados Unidos para visitarla, para estrecharla con admiración y reconocer su grandeza humana.

    Su historia personal y profesional ofrece una visión del desarrollo médico regional y las particularidades de una especialidad que combina el rigor científico con una intensa humanidad, sobre ello relata durante la entrevista que concedió al programa “Conexión” del portal www.lapaginanoticias.com.mx

    Silvia Chávez Gallegos se identifica ante todo como una oncóloga pediatra michoacana, originaria de Zacapu. “Soy la mayor de seis hermanos. Mis padres son profesores de primaria ya jubilados, ambos trabajaron por muchos años en Zacapu. Todo lo que soy se los debo a ellos”, afirma con convicción.

    En el ámbito familiar, es esposa y madre de dos hijas de veinte y veintiún años que actualmente estudian Odontología. Su esposo también es médico, especializado en intensivismo pediátrico. “Gracias a la pediatría nos conocimos, de hecho hoy es el día del pediatra a nivel nacional”, comenta durante la entrevista.

    Sus primeros años de vida transcurrieron completamente en Zacapu. Al evocar su infancia y adolescencia en este municipio michoacano, la Doctora Chávez Gallegos describe: “Yo recuerdo esas etapas como muy bonitas. Cuando naces en un lugar pequeño no dimensionas que existen otros lugares. Y tú pueblo es lo máximo”.

    Su experiencia educativa inicial estuvo marcada por la cercanía familiar: “No me gustaba el preescolar, hasta pensaron que no iba a estudiar. Fui a la primaria siempre acompañada de mi mamá, corriendo siempre porque ella tenía que llegar a dar clases y nosotros teníamos que llegar a la escuela”. La transición a la secundaria representó un cambio significativo: “En este nivel me sentí un poco abandonada y un poco en el crecimiento de la adolescencia me costaba como convivir con la gente o con los niños después de haber estado arropada todo el tiempo con mi mamá”.

    La preparatoria marcó un punto crucial en su desarrollo: “La mejor parte de la escuela fue la preparatoria”. Durante esta etapa, su vocación médica enfrentó varias influencias. “Cambié en algún momento lo que yo quería hacer. El recuerdo que de niña siempre decía: Voy a ser doctora, voy a ser doctora. Pero escuché a una amiga de la secundaria platicar de una profesión que era después de la secundaria que era trabajo social y que consistía en ayudar a la gente. Entonces dije: ¡No!

    Sin embargo, las circunstancias geográficas y el consejo paterno influyeron en su decisión: “No podía estudiar en Zacapu entonces mi papá sabiamente me dijo: no te puedes ir a los catorce años de aquí, espérate a hacer la prepa y después los estudios a nivel licenciatura”.

    Posteriormente, surgió otra posibilidad profesional: “Ya después en la prepa un maestro nos dijo que el futuro está en el mar, entonces hubo un momento que quise ser bióloga marina”. Pero prevaleció su inclinación original: “Al final decidí que si yo había querido ser médico lo iba a hacer y así fue la historia de cómo llegué a la medicina”.

    Más allá de lo académico, su adolescencia incluyó una destacada participación deportiva: “Me gustaba mucho hacer deporte, entonces siempre jugué voleibol, estaba en la selección de Zacapu. Recuerdo con mucho cariño que íbamos a jugar a muchas partes del estado”.

    La vida comunitaria de su pueblo también dejó huella: “La convivencia en las calles es un recuerdo muy bonito. Salía a jugar muchas cosas que ahora ya los niños no practican, andaba en bicicleta, participaban mis hermanos, mis amiguitos, mis primos, mi familia”.

    Los vínculos familiares y las tradiciones locales forman parte esencial de sus recuerdos: “Mis abuelos tenían vacas también, siempre tengo en la mente que tomábamos leche, comíamos queso, tortillas. Y recuerdo la icónica Laguna de Zacapu, porque es la única que hay dentro de un pueblo, y vivíamos a unas cuadras de ella. Este lugar todo mundo debe visitarlo”.

    Como estudiante, la Doctora Chávez Galleos muestra un perfil consistentemente aplicado: “Creo que siempre fui buena estudiante, nunca me costó trabajo la escuela. Pero no era tan segura. O sea, creo que esa parte de mí faltaba, como que se dio más ya en la universidad”.

    Sus intereses extracurriculares incluían “Participar como en bailables, en un poquito de poesía y el deporte no se diga”.

    La decisión final de estudiar medicina surgió en un contexto familiar sin antecedentes médicos: “De hecho hay una anécdota justamente de estudiar medicina porque nadie de mi familia es médico hasta la fecha, sólo yo. Mis papás y tíos son maestros”.

    Cuando retomó su interés original por la medicina, su padre expresó preocupaciones prácticas: “Hablé con mi papá nuevamente, le dije sabes que yo quiero estudiar medicina y mi papá pues él siempre fue como destacado en el magisterio y me dijo: Sabes que sí, que bueno que quieres estudiar medicina, pero creo que te iría mejor como maestra porque en el ámbito de medicina no conocemos a nadie. Y recuerdo muy bien que me dijo: y ahí se necesitan palancas para que te vaya bien en la carrera, ¿no?”.

    Sin embargo, encontró apoyo en su madre: “Pero tenía la contraparte. Mi mamá me decía: No, no, no, sí tienes una palanca importante, la palanca de Dios y Dios te va a ayudar”.

    Esta perspectiva finalmente prevaleció: “Hasta la fecha creo que el andar en el ramo de la medicina ha sido bueno, he tenido muy buenas experiencias y oportunidades. Todas gracias a Dios las he podido aprovechar”.

    Su ingreso a la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana fue inmediato después de la preparatoria. “Sí, luego, luego. A diferencia de como es actualmente. Entre en 1988, cuando la matrícula era sólo de mil estudiantes, pero de mi generación sólo concluimos 380”.

    La transición a la vida universitaria representó un desafío significativo. “Fue complicado porque uno que viene de fuera se hace la pregunta: ¿Cómo es un estudiante de medicina? Y yo en primaria, secundaria y preparatoria fui muy apegada a mis papás, y ahora estaba sola, tenía que irme sola a la facultad, te asustas”.

    Las dificultades logísticas se sumaban al desafío académico: “Porque viajaba de Zacapu a Morelia los domingos por la tarde, y en ese tiempo no había mucho transporte, entonces había que hacer filas largas para tomar el camión e irte parado.

    El rendimiento académico también presentó un ajuste: “Como estudiante de medicina vinieron las incógnitas, pues estaba acostumbrada a sacar 10 de calificación en todo. Y aquí obtener un 7 era un gran logro. Y me preguntaba: ¿Por qué podemos bajar tanto de calificación?”

    Silvia Chávez resuena su primer día de clase en la Facultad de Medicina: “Me acuerdo que se me hacía enorme la escuela. Tenía 17 años y entré a un salón enorme. Los maestros nos pedían que nos presentáramos, había compañeros más grandes y como que me daba miedo. Pero me fui adaptando y esos mismos acompañantes son en la actualidad mis mejores amigos”.

    La exigencia de la carrera generó momentos de duda. “Me preguntaba, cómo es que tantos quieren estudiar medicina, si es tan difícil. No estás acostumbrado a estudiar, a leer mucho. Hasta se dificultaba cargar los libros. En el primer año fue cuando más dudé.

    El punto de inflexión llegó con los años clínicos: “Los que más me gustaron, ya que empiezas a aprender medicina. En primer y segundo año son como las bases, lo básico: Fisiología, anatomía, embriología, como que no qué es lo que quieres hacer toda la vida. Y ya en el tercer año empieza la emoción, ves clínica, llegan pacientes, analizas una radiografía”.

    El siguiente paso después de terminar medicina fue el internado, mismo que la oncóloga realizó en Guadalajara. “Éramos 100 internos y yo la única de Michoacán. Al segundo mes ya me quería regresar, deseaba que por los menos uno de mis compañeros estuviera ahí. Al final todo fue un gran aprendizaje y se hicieron grandes amistades, mismas que aún me encuentro al algún congreso nacional”.

    Esta experiencia también amplió sus aspiraciones profesionales: “Gracias a tuve la idea de hacer una subespecialidad, en ese tiempo lo que uno aspiraba era hacer una especialidad, pero en ese hospital había en primer lugar el examen de residencia de ginecología y de pediatría. Quería ser pediatra, pero también Infectóloga”.

    Su transición al ejercicio profesional fue inmediata después de la carrera. “Después del internado, hice el servicio social en Tingüindín, lugar de muchos recuerdos y donde tuve la oportunidad de hacer el examen para titulación. Y después presentar el examen para la especialidad en pediatría”.

    Un giro inesperado redirigió su camino: “En ese tiempo el Hospital Infantil ofreció un curso de tutelar en Morelia. Entonces alguien me dijo métete aunque este año te toque pagar y el siguiente año vas a presentar el examen nacional para la especialidad”.

    La doctora Silvia Chávez se quedó haciendo pediatría cuatro años en Morelia, después un año a Zacapu. Pero ella quería algo más, por lo que analizó que en Michoacán sólo había un oncólogo pediatra, parecía que nadie quería desarrollar ese papel, pero a ella la incentivó el doctor Primo Cruz.

    La decisión de especializarse en oncología pediátrica surgió de esta necesidad concreta: “Cuando yo estuve en Zacapu dije no tengo que hacer algo más allá, yo quiero regresar a Morelia, quiero crecer como médico y le hablé al doctor Primo y le dije: ¿Oiga todavía quiere que alguien se vaya a hacer oncología? Me dijo sí, entonces me fui ese año y realicé el examen en el Hospital Infantil de México, lo pasé. Hice dos años y regresé al Hospital Infantil de Morelia”.  

    El origen de su atracción por la pediatría se remonta a su etapa de internado. “En el internado es cuando uno decide que realizará en un futuro. A mi me encantó,  cuando fui interna en el en el Hospital Civil de Guadalajara, el servicio de infectología pediátrica”.

    El total de años de estudio suma una dedicación considerable: “Son siete de la carrera, hice cuatro de pediatría y dos de oncología. Es decir, 13”

    La doctora Silvia Chávez subraya que en la carrera de medicina la fue conociendo en el camino y una rama, la llevaba a la otra, nadie la orientaba y siguió el camino de lo que le gustaba. “Así llegué a la oncología pediátrica”.

    Actualmente, su día normal en su vida refleja las múltiples dimensiones de su rol profesional y familiar:  “Me levanto como 5:30 horas de la mañana. Pasó a dejar a mis hijas a la universidad, luego me voy al Hospital Infantil. Al ser la jefa de Oncología, llegó antes de las 8:00 horas, visito a los pacientes que están hospitalizados. “Me gusta hacer un poco lo que llamamos nosotros escoleta, que es preguntarle al médico en formación, porque tenemos residentes, sobre los pacientes. Doy consulta  y platico con los familiares, por si tienen dudas”.

    Después, detalla, asisto a la Facultad de Medicina de la Universidad Michoacana porque imparto dos horas de clases de pediatría y oncología. “Por la noche, y si hay tiempo, acabo mi día con un poco de ejercicio”.

    En sus tiempos libres, a Chávez Gallegos le gusta ver televisión, leer, escuchar audiolibros mientras corre y consultar sus redes sociales.

    Además, en sus gustos personales está el coleccionar figuras de corazones, collares y aretes con estas figuras, más si son elaborados por artesanos michoacanos.

    Al participar en la dinámica de “La llave mágica” del programa “Conexión”, Silvia Chávez señala que de tenerla a Michoacán le abriría la puerta de la equidad. “Michoacán ha progresado, vendrán muchas cosas buenas. Como profesionista, como mujer, como mamá de dos niñas, deseo que haya más equidad. Creo en el feminismo, pero me gusta más que la cosa sea equitativa tanto para hombres como mujeres, en eso se tiene que trabajar”.

    La historia de la Doctora Silvia Chávez Gallegos trasciende el relato de una carrera médica exitosa para convertirse en un testimonio vivo de cómo la perseverancia, guiada por la vocación genuina, puede transformar no solo una vida individual sino un ámbito completo de la medicina en una región.

    Desde las calles de Zacapu hasta las salas de oncología pediátrica, su trayectoria tejida con hilos de resiliencia, calidez humana y un compromiso inquebrantable con la vida de los niños, deja una reflexión profunda sobre el impacto que una sola persona puede generar cuando decide servir con pasión y propósito.

    Para quienes deseen profundizar en el trabajo y los logros de la Doctora Chávez, su legado continúa escribiéndose cada día en el Hospital Infantil de Morelia, donde su labor no solo salva vidas, sino que siembra esperanza e inspira a las nuevas generaciones de médicos a ver en la oncología pediátrica no un campo de batalla, sino un espacio de milagros cotidianos y triunfos humanos.

  • ENTREVISTA. Rosa Elva del Río Torres: Ciencia, innovación, compromiso y orgullo nicolaíta

    ENTREVISTA. Rosa Elva del Río Torres: Ciencia, innovación, compromiso y orgullo nicolaíta

    La Página

    Por VÍCTOR ARMANDO LÓPEZ

    Morelia, Michoacán.-Rosa Elva del Río Torres es una mujer cuya vida está profundamente entrelazada con la educación, la ciencia y el compromiso institucional. Su historia no solo refleja la trayectoria de una destacada académica, sino también la de una mujer que ha sabido construir su propio camino con disciplina, empatía y un amor genuino por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH).

    En cada palabra, en cada anécdota, se percibe el eco de una vocación que nació temprano, alimentada por la curiosidad, el trabajo constante y un profundo sentido de pertenencia.

    En entrevista en el programa “Conexión”, perteneciente al portal www.lapaginanoticias.com.mx comparte que desde niña mostró una mente inquieta y observadora. “Siempre me interesó entender cómo funcionaban las cosas. Me gustaba observar, preguntar, analizar”.

    No fue una niña que aceptara las cosas porque sí; quería comprender el porqué de todo, desde los fenómenos naturales hasta los comportamientos humanos. “Creo que desde ahí empezó todo, con esa curiosidad de ver más allá de lo evidente”, dice.

    Esa curiosidad la condujo naturalmente hacia las ciencias. En una época en que pocas mujeres se inclinaban por carreras científicas, ella no lo dudó. “Desde joven supe que quería dedicarme a algo que implicara investigación, algo que me permitiera descubrir y aportar”, comenta. Eligió estudiar la Licenciatura en Químico Farmacobiólogo en la Universidad Michoacana, una decisión que marcaría el inicio de una vida dedicada a la academia y al conocimiento.

    “Estudiar en la Universidad Michoacana fue un orgullo y un compromiso —afirma—. Aquí encontré no solo mi vocación, sino también mi identidad profesional”. Con esa base sólida, continuó su preparación en el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (CINVESTAV), donde obtuvo la Maestría en Ciencias Químicas en el área de Química Orgánica, y posteriormente el Doctorado en Ciencias Químicas en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

    Aquellos años de formación marcaron su espíritu investigador: largas horas en el laboratorio, el rigor del método científico, la perseverancia ante los experimentos fallidos y la satisfacción de cada hallazgo.

    Rosa Elva Del Río Torres no romantiza la ciencia, pues sabe que exige esfuerzo, constancia y sacrificio. “A veces no es sencillo; como mujer en la ciencia, hay que trabajar el doble para demostrar lo que vales”, reconoce con serenidad. Sin embargo, nunca lo vio como un obstáculo. “Lo tomé como un reto, como una oportunidad para dejar huella y abrir camino a las que vienen detrás”.

    Su mirada se ilumina al hablar de las jóvenes investigadoras que hoy llenan los laboratorios, mujeres que, como ella, luchan por hacer de la ciencia un espacio más equitativo y humano.

    Su carrera en la Universidad Michoacana ha sido amplia y diversa. Desde sus primeros años como profesora, hasta su papel como directora del Instituto de Investigaciones Químico Biológicas, ha transitado por distintas responsabilidades que la han moldeado como académica, gestora y líder. “He sido maestra, coordinadora de posgrado, directora y cada rol ha sido una oportunidad para aprender algo nuevo”, comenta.

    Recuerda que cuando tuvo el papel directivo fue una responsabilidad que iba más allá de los cargos. “Es otra vez un peso —explica—, porque somos la cara que damos ante los alumnos, ante la sociedad. Representamos la imagen de la Universidad y debemos hacerlo con orgullo y compromiso”. Su voz se vuelve firme cuando habla de identidad universitaria: “Nosotros somos nicolaítas, y eso no es poca cosa. Tenemos los ideales de Hidalgo, de Melchor Ocampo, de tanta gente en la historia. Ese legado lo llevamos nosotros”.

    Para Rosa Elva, ser parte de la Universidad Michoacana es, ante todo, un acto de amor. “Desde la preparatoria, desde la licenciatura, como maestra, como coordinadora de posgrado, como directora, siempre he sentido lo mismo: orgullo de pertenecer a esta institución. Es nuestra casa, nuestra historia”, dice con emoción.

    Su labor docente es una extensión natural de su vocación. En la Facultad de Químico Farmacobiología y en la Facultad de Biología, imparte clases con la misma pasión que cuando comenzó. En los programas de Maestría y Doctorado en Ciencias Químicas del Instituto, enseña la asignatura de Resonancia Magnética Nuclear, una materia compleja que ella transforma en un puente entre la teoría y la práctica. “Me gusta enseñar porque aprendo todos los días —comenta—. Mis alumnos me inspiran, me retan, me hacen ver las cosas desde nuevas perspectivas”.

    Su método se basa en la cercanía y el respeto. Cree que el aprendizaje verdadero ocurre cuando hay diálogo y confianza. “Yo siempre digo que enseñar no es imponer, es compartir. Uno también aprende de sus alumnos. Ellos traen energía, ideas nuevas, formas diferentes de ver el mundo. Esa interacción me enriquece”, afirma.

    Además de docente, Del Río Torres es una investigadora comprometida. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores y ha participado en múltiples proyectos dentro del área de química orgánica. Pero más allá de los datos duros, su visión de la ciencia es profundamente humana. “La ciencia no debe quedarse encerrada en los laboratorios. Si no sirve para mejorar la vida de las personas, pierde sentido”, expresa con convicción. Su mirada va más allá de la publicación o la cifra: busca el impacto social, el beneficio común, el conocimiento con propósito.

    A lo largo de su trayectoria, ha aprendido que la investigación es también una labor de paciencia. “En la ciencia hay que saber esperar. A veces los resultados no llegan pronto, y hay que tener fe en el proceso. La perseverancia es lo que hace la diferencia”, reflexiona.

    Su liderazgo dentro del Instituto de Investigaciones Químico Biológicas se distingue por la apertura y la empatía. Para ella, dirigir no significa mandar, sino escuchar y guiar. “Me gusta estar cerca de mi equipo, saber qué necesitan, qué los motiva, qué los preocupa. La universidad somos todos”, comenta. Ese estilo de liderazgo ha generado confianza y colaboración, fortaleciendo el trabajo colectivo en cada proyecto.

    Durante la entrevista, hubo un momento especialmente simbólico. Como parte de la dinámica del programa Conexión, le entregaron una llave y le preguntaron qué puerta abriría para Michoacán si tuviera la oportunidad. Su respuesta fue inmediata, sincera y reveladora: “La educación. Que haya oportunidades para todos los niveles de educación y que haya apoyo, sobre todo para la investigación. Si pudiera abrir una puerta, abriría la del dinero destinado a la ciencia y la educación”. Luego, con una sonrisa cómplice, agregó: “Sí, la de la caja fuerte, pero bien aprovechada en investigación y educación en todos los niveles”.

    Esa frase resume su pensamiento y su misión: La educación y la ciencia como motores del desarrollo humano y social. “La universidad no puede quedarse quieta —explica—.

    “Tenemos que innovar, crear, investigar, formar personas que no solo sean profesionistas, sino ciudadanos comprometidos con su entorno”. La Doctora Rosa Elva no busca protagonismo, sino resultados. Prefiere hablar del trabajo colectivo, de los logros compartidos, de los proyectos que benefician a los estudiantes. “Lo que más me llena de orgullo —dice— es ver a mis alumnos avanzar, terminar sus estudios, convertirse en investigadores, en docentes, en profesionistas que contribuyen a su comunidad. Ahí es donde todo cobra sentido”.

    Más allá del laboratorio, Rosa Elva es una mujer cercana, sencilla y profundamente humana. Sus colegas la describen como una persona serena, de pensamiento claro y trato cálido. En su vida personal, encuentra equilibrio a través de su familia, la lectura, la música y la reflexión. “La ciencia exige mucho, pero también hay que cuidar los espacios personales. Esos momentos de calma son los que te permiten regresar con más claridad y energía”, confiesa.

    Con más de tres décadas dedicadas a la educación y la investigación, su legado va más allá de los títulos y los cargos. Es una herencia de valores, de pasión por el conocimiento y de compromiso con la comunidad. Cada decisión que toma está guiada por una idea sencilla, pero poderosa: servir. “Ser nicolaíta no es solo haber estudiado aquí —concluye—, es vivir los ideales de libertad, justicia y compromiso con los demás. Eso es lo que me mueve cada día”.

    Rosa Elva del Río Torres representa la esencia de la Universidad Michoacana: Ciencia con propósito, liderazgo con humanidad y conocimiento al servicio del bien común. Su historia inspira no solo a quienes comparten su vocación científica, sino a todos los que creen que la educación puede cambiar vidas y construir un futuro más justo y solidario para Michoacán y para México.

  • ENTREVISTA. María de los Ángeles Llanderal Zaragoza. Una Vida de justicia, empatía y liderazgo humano

    ENTREVISTA. María de los Ángeles Llanderal Zaragoza. Una Vida de justicia, empatía y liderazgo humano

    La Página

    Por VÍCTOR ARMANDO LÓPEZ

    María de los Ángeles Llanderal Zaragoza es mucho más que una profesional destacada; es un ejemplo de liderazgo ético, sensibilidad humana y compromiso con la justicia. Desde sus primeros años en Uruapan, Michoacán, mostró un temperamento reflexivo y una sensibilidad especial hacia las personas y su entorno.

    “Desde niña me preguntaba por qué algunas personas sufrían más que otras y cómo podía ayudar a equilibrar esas diferencias”, compartió en entrevista en el programa “Conexión” de La Página Noticias. Esta curiosidad temprana no era mera ingenuidad; era un primer indicio de su vocación hacia el servicio público y el derecho, áreas que más tarde definieron su vida.

    Su infancia estuvo marcada por un entorno familiar sólido, lleno de valores y enseñanzas que todavía guían cada una de sus decisiones. “Mis padres me enseñaron que la justicia y la responsabilidad no son sólo palabras, sino maneras de vivir y de relacionarse con los demás. Ese aprendizaje me acompañó desde siempre”, recuerda.

    Esa formación le dio herramientas no solo para enfrentar los retos de la vida, sino también para cultivar empatía y resiliencia frente a los obstáculos. Desde pequeña comprendió que la vida se mide por el impacto que se tiene en los demás, no por los logros personales.

    Durante su adolescencia, María de los Ángeles trasladó su residencia a Morelia, donde tuvo que enfrentarse al reto de adaptarse a una nueva ciudad y construir su independencia. “Mudarse a la capital de Michoacán fue un desafío enorme. Extrañaba a mi familia, pero entendí que para crecer debía salir de mi zona de confort. Aprendí a valorar la responsabilidad y a tomar decisiones con firmeza”, narra.

    Fue en esta etapa donde comenzó a combinar la disciplina académica con un genuino interés por el bienestar de su comunidad. Su inquietud por la justicia y la equidad la impulsó a involucrarse en actividades extracurriculares que le permitieran acercarse a la realidad social de Michoacán, más allá de los libros y las aulas.

    Su elección de estudiar Derecho en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo fue un paso natural en su búsqueda de herramientas para hacer el bien. Sin embargo, María de los Ángeles no se limitó a la teoría; desde el segundo año de carrera ya participaba en prácticas jurídicas y tribunales, convencida de que el aprendizaje real se encuentra en la acción. “No me bastaba con estudiar códigos y leyes. Quería ver cómo la justicia se ejercía en la vida real y cómo podía ayudar a alguien que lo necesitara”, comparte.

    Su vocación no se limitaba a los logros personales: buscaba generar un cambio tangible en la vida de quienes acudían a ella en busca de orientación y apoyo.

    A los 17 años inició su primer empleo en la Sala Penal del Supremo Tribunal de Justicia de Michoacán, donde descubrió la importancia de la disciplina, la atención al detalle y la empatía. “Recuerdo mi primer día; estaba nerviosa, pero con una determinación que no podía describir. Cada tarea, por pequeña que fuera, la asumía como una oportunidad para aprender y servir”, dice.

    Esa etapa temprana sentó las bases de una carrera marcada por la ética, la profesionalidad y el compromiso con los demás. Su paso por la Secretaría de Gobierno, el DIF estatal y el Congreso del Estado consolidó su reputación como una profesional confiable y cercana, capaz de enfrentar cualquier desafío con serenidad y rigor.

    Su trayectoria en los órganos electorales de Michoacán constituye uno de los capítulos más emblemáticos de su vida profesional. Primero en la Comisión Estatal Electoral, luego en el Tribunal Electoral del Estado, y finalmente como presidenta del Instituto Electoral de Michoacán, María de los Ángeles se convirtió en una de las pocas mujeres en ocupar posiciones de alta responsabilidad en un ámbito tradicionalmente dominado por hombres.

    “Ser mujer en estos espacios fue un desafío, pero también una oportunidad para demostrar que la capacidad no depende del género. Tenía que estar doblemente preparada y siempre firme en mis decisiones”, explicó. Durante su gestión enfrentó situaciones complejas que exigían no solo conocimiento técnico, sino también sensibilidad humana. “Recuerdo un caso donde los derechos de un grupo de ciudadanos estaban en riesgo. No fue fácil, pero cada acción que tomé estuvo guiada por la justicia, no por intereses políticos”, narra.

    A lo largo de su carrera, ha demostrado que la justicia no es un concepto abstracto ni frío. Cada expediente, cada resolución, es un acto profundamente humano. “Siempre trato de escuchar primero, comprender las motivaciones de cada persona y después actuar con equidad. La justicia sin empatía no sirve de nada”, afirma.

    Su capacidad para equilibrar la firmeza con la comprensión ha marcado la diferencia en innumerables situaciones, convirtiéndola en referente de integridad y sensibilidad profesional.

    Su vida personal refleja la misma coherencia y profundidad que su trayectoria profesional. Apasionada por la lectura, la música, los viajes y el deporte, Llanderal Zaragoza encuentra en estas actividades espacios para reflexionar y reconectarse consigo misma. “La vida no puede ser solo trabajo; necesitamos momentos para crecer, aprender y disfrutar. Esos instantes me permiten regresar a mis responsabilidades con más energía y claridad”, comparte.

    Su familia ha sido un pilar constante, sosteniéndola y motivándola en cada decisión. “Mi familia es mi sostén. Todo lo que soy y he logrado se lo debo en gran parte a ellos. Cada logro profesional se siente más completo cuando lo comparto con ellos”, señala con emoción.

    A lo largo de los años, María de los Ángeles también ha asumido un papel de mentora, guiando a nuevas generaciones de profesionales con la misma dedicación que sus propios maestros la inspiraron. “Siempre he creído que enseñar es tan importante como aprender. Cada joven que acompaño en su camino es una oportunidad de sembrar integridad y pasión por el servicio”, afirma. Su ejemplo demuestra que el liderazgo verdadero combina conocimiento, experiencia y la capacidad de transmitir valores fundamentales.

    María de los Ángeles ha enfrentado retos que requieren fortaleza y resiliencia. Durante la entrevista, comparte historias que revelan su sensibilidad y humanidad: “Recuerdo a un joven que llegó desesperado porque sentía que nadie lo escuchaba. Lo orienté y le expliqué sus derechos. Meses después me dijo que por primera vez sentía que alguien creía en él. Ese momento me enseñó que el impacto humano de nuestro trabajo es lo que realmente importa”.

    También recuerda su primer día en el Tribunal Electoral: “Llegué con miedo, pero con muchas ganas de aprender; entendí que la justicia no es fría, es profundamente humana”.

    Incluso fuera de los espacios institucionales, María de los Ángeles continúa promoviendo la educación cívica, la equidad de género y la transparencia, participando en proyectos comunitarios y de formación que buscan fortalecer el tejido social.

    “Sigo creyendo que la política y la administración pública deben ser espacios de servicio y no de poder. Siempre habrá personas que necesitan que alguien crea en ellas, y esa es mi motivación diaria”, explicó. Su trabajo refleja respeto por la dignidad humana y un compromiso genuino con el bienestar colectivo.

    María de los Ángeles Llanderal Zaragoza representa un ejemplo de liderazgo íntegro, sensible y transformador. Su historia demuestra que la verdadera grandeza no se mide por títulos o cargos, sino por la capacidad de transformar vidas a través del servicio, la ética y la empatía. Cada decisión, proyecto y palabra reflejan coherencia entre principios y acciones.

    “Siempre he buscado ser congruente. La ética no es negociable; el respeto por los demás y la justicia deben guiar cada paso”, comenta.

    A lo largo de su vida, ha logrado equilibrar el profesionalismo con la humanidad, demostrando que la justicia se ejerce mejor con corazón. Su historia inspira a quienes creen que la ética, la pasión y la empatía pueden cambiar realidades y que el servicio público es un camino para dejar una huella positiva. Su ejemplo es un recordatorio de que el liderazgo femenino en Michoacán puede ser firme, compasivo y transformador, y que la justicia, cuando se ejerce con humanidad, tiene un impacto profundo y duradero en la sociedad.

    María de los Ángeles no solo construye instituciones, sino que construye confianza, esperanza y empatía. Tras 45 años en el servicio público, con una trayectoria intachable, ejemplar y brindando un gran legado para Michoacán, se retiró hace unas semanas, dejando el cargo del magistrada del Supremo Tribunal de Justicia de Michoacán.

    Al participar en la dinámica de “La llave mágica”, Ángeles Llanderal señala que con ella a Michoacán le abriría la puerta de: “La prosperidad, de la seguridad y de la paz”.

    Su legado está en las vidas que ha tocado a lo largo de 45 años en el servicio público, en las decisiones que han protegido derechos y en la integridad con la que ha recorrido cada paso de su vida. Como ella misma lo expresa: “Cada día trato de vivir con coherencia. Si puedo ayudar a alguien, si puedo generar justicia, entonces mi esfuerzo tiene sentido. Esa es la esencia de mi trabajo y de mi vida”.

  • ENTREVISTA. Julio Arreola Vázquez: Compromiso, raíces y visión para Pátzcuaro

    ENTREVISTA. Julio Arreola Vázquez: Compromiso, raíces y visión para Pátzcuaro

    Por VÍCTOR ARMANDO LÓPEZ

    Entre los aromas del lago y el murmullo constante del viento que atraviesa las calles empedradas de Pátzcuaro, se encuentra la historia de un hombre que ha hecho de su vida pública un acto de servicio, convicción y profundo amor por su tierra.

    Julio Arreola Vázquez, presidente municipal de Pátzcuaro, habla con serenidad y humildad sobre su trayectoria, sobre los valores que lo formaron y sobre la responsabilidad que significa dirigir uno de los municipios más representativos y entrañables de Michoacán.

    En el programa “Conexión” de la empresa La Página Noticias (www.lapaginanoticias.com.mx) puntualiza: “Soy un hombre de raíces patzcuarenses, nacido y formado aquí. Mi familia siempre me inculcó el amor por este lugar y el valor del trabajo  honesto. Desde pequeño entendí que servir a los demás es una manera de retribuir lo mucho que la vida te da”, comenta.

    Su historia inicia en un hogar sencillo pero lleno de principios: “Mi madre fue una mujer fuerte, incansable, que siempre encontró la manera de sacar adelante a su familia. Mi padre fue ejemplo de rectitud, de palabra. De él aprendí que la honestidad abre puertas que el dinero no puede comprar. Crecí viendo a mis padres trabajar con sacrificio y eso marcó mi carácter para siempre”.

    La infancia de Julio Arreola transcurrió entre juegos en las calles de Pátzcuaro, tardes de fútbol con los amigos y los sonidos de las campanas que marcaban el ritmo del pueblo. “Crecí en un ambiente donde todos se conocían, donde la comunidad era una extensión de la familia. En aquel tiempo la palabra valía más que cualquier documento. Si uno se comprometía, cumplía, y eso bastaba. Ese valor lo sigo conservando hasta hoy”.

    Recuerda con nostalgia los días en los que podía recorrer libremente el pueblo, conversar con los vecinos o acompañar a su padre en labores comunitarias: “Desde chico tuve la curiosidad de observar cómo se resolvían los problemas del pueblo. Me interesaba entender cómo se tomaban las decisiones, cómo se organizaban los vecinos. Creo que desde ahí nació mi vocación por servir”.

    En su juventud, Arreola Vázquez combinó el estudio con el trabajo. “Me tocó aprender desde abajo, en la vida real, donde no hay margen de error. Eso te enseña disciplina, respeto y empatía.”

    Sus primeras experiencias laborales estuvieron ligadas a la administración pública y al trato directo con la gente. “Desde el primer día supe que el servicio público era mi camino. No porque lo buscara como una carrera política, sino porque me llenaba poder ayudar a alguien, aunque fuera con un gesto pequeño”.

    Con el paso del tiempo, su cercanía con la comunidad lo llevó a ocupar diferentes responsabilidades dentro del ámbito municipal y estatal. En cada una de ellas, asegura, procuró actuar con coherencia y resultados. “Uno no puede pedir confianza si no cumple. En el servicio público hay que tener palabra, hay que ser responsable y, sobre todo, hay que ser humano. La política sin humanidad pierde su sentido”.

    Al hablar de su llegada a la presidencia municipal, Julio Arreola recuerda el momento con Claridad: “Nunca me imaginé llegar aquí, pero cuando la vida me puso esa oportunidad enfrente, lo asumí con toda la responsabilidad. Pátzcuaro merece servidores, no figuras. Gente que trabaje, no que prometa”.

    Desde el inicio de su administración, uno de sus mayores retos ha sido equilibrar la modernización del municipio con el respeto a su historia. “Pátzcuaro es una joya cultural. Tiene una esencia que no podemos perder. Cada decisión que tomamos debe tener como base el respeto por nuestras tradiciones, nuestra arquitectura y nuestra gente”.

    Con esa visión, ha impulsado obras que buscan mejorar la calidad de vida sin alterar la identidad del lugar. “No se trata de cambiar lo que somos, sino de fortalecerlo. Modernizar sin borrar. Embellecer sin deformar. Nuestro patrimonio es nuestra carta de presentación ante el mundo”.

    Su mirada se ilumina al hablar de la Noche de Ánimas, una de las celebraciones más emblemáticas de Michoacán y símbolo espiritual de Pátzcuaro. “La Noche de Ánimas no es un evento turístico, es un acto de amor. Es nuestra forma de comunicarnos con quienes ya no están, de mantener viva la memoria. Es algo sagrado. Por eso cada año trabajamos con respeto, para que todo salga bien y para que los visitantes comprendan que están participando en una tradición viva”.

    Detrás del político, se percibe al hombre sensible que no olvida sus raíces: “Me gusta caminar por el pueblo, platicar con la gente, escuchar lo que sienten. A veces, en una conversación breve, entiendes mucho más de la realidad que en un informe de cien páginas”.

    Al compartir cómo es un día normal en su vida, el presidente municipal de Pátzcuaro detalla: “A las cinco de la mañana ya estoy en pie. Me gusta aprovechar las primeras horas para revisar agenda, ver pendientes, atender mensajes. Luego vienen las reuniones, los recorridos, los compromisos. Es un ritmo intenso, pero necesario. Servir requiere energía y constancia”.

    Julio Arreola reconoce que ser presidente municipal no es sencillo. “Es un cargo de mucha presión, porque todos esperan respuestas. Pero no me quejo. Al contrario, cada día lo asumo como una oportunidad de mejorar algo, aunque sea pequeño. Cuando una persona se acerca a ti para agradecerte por haberla escuchado, por haberla ayudado, te das cuenta de que vale la pena el esfuerzo”.

    La conversación fluye entre recuerdos y reflexiones. Habla con la misma naturalidad de los grandes proyectos de infraestructura que de las acciones cotidianas que transforman vidas. “No todo está en las obras grandes. A veces lo más importante es que un adulto mayor reciba su apoyo a tiempo, o que una comunidad tenga agua después de años. Eso también es progreso”.

    Fuera del trabajo, se define como un hombre de familia. “Mi esposa y mis hijos son mi pilar. Ellos son quienes me impulsan cuando las cosas se complican. Sin ellos, este camino sería imposible.” En su tiempo libre disfruta caminar por el muelle, visitar comunidades o simplemente sentarse en la plaza principal a observar la vida cotidiana de su pueblo. “Pátzcuaro es mágico, no sólo por su belleza, sino por su gente. Aquí todo tiene alma”.

    Al hablar del futuro, su tono se vuelve más reflexivo. “Pátzcuaro tiene todo para convertirse en un referente de desarrollo equilibrado. Tenemos cultura, historia, ubicación, gente trabajadora. Pero debemos hacerlo bien, con planeación, con respeto, sin perder la esencia. No quiero que crezcamos desordenadamente, sino con propósito”.

    Para Arreola Vázquez la educación y la participación ciudadana son las claves del progreso. “Si educamos bien a nuestros jóvenes y fomentamos la colaboración entre sociedad y gobierno, podemos transformar la realidad. No hay desarrollo sostenible sin ciudadanos conscientes y comprometidos”.

    También comparte que uno de sus mayores aprendizajes en la vida pública ha sido la humildad. “Ningún cargo te hace más que los demás. Al final, todos somos servidores. Lo importante no es cuánto tiempo estés en el poder, sino qué haces con él. El poder es prestado; lo que queda es tu nombre, tu palabra y tus actos”.

    El presidente municipal resalta: “A Pátzcuaro le debo todo. Aquí nací, aquí crecí, aquí están mis recuerdos, mis amigos y mis sueños. Ser presidente de mi tierra es el honor más grande de mi vida. Cada decisión que tomo, la pienso desde el corazón, porque sé que detrás de cada acción hay familias, hay historia, hay futuro”.

    Al participar en la dinámica de “La llave mágica” del programa “Conexión”, Julio Arreola Vázquez destaca que con ella a Michoacán le abriría la puerta: “De la seguridad, de la tranquilidad. Michoacán debe ser un lugar seguro, donde no haya extorsiones, donde la gente pueda trabajar libremente, que pueda generar bienestar para sus familias. No debe tenerse miedo de salir de casa y ya no regresar”.

    Y así, entre palabras firmes y gestos de sencillez, Julio Arreola Vázquez se revela no sólo como un político, sino como un hombre profundamente humano. Un servidor público que camina con paso firme, con la mirada puesta en el porvenir, pero con los pies arraigados en la tierra que lo vio nacer. Su historia, como la de Pátzcuaro mismo, es una mezcla de tradición, esperanza y compromiso.

  • ENTREVISTA. Yarabí Ávila González: Humanista de raíces profundas y liderazgo transformador en la Universidad Michoacana

    ENTREVISTA. Yarabí Ávila González: Humanista de raíces profundas y liderazgo transformador en la Universidad Michoacana

    La Página

    Por VÍCTOR ARMANDO LÓPEZ

    La noche cae sobre Morelia y el estudio de Conexión se ilumina con un tono cálido. Entre cámaras, micrófonos y la quietud del aire que precede a una conversación importante, la Doctora Yarabí Ávila González, rectora de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH), se acomoda en su asiento. Sonríe con naturalidad. No hay poses ni artificios: frente a la lente, se muestra como es, transparente, sensible, cercana.

    “Muchas gracias por permitirme estar aquí y saludar a todas las personas que nos siguen”, dice con una serenidad que transmite confianza. Su voz no busca imponerse, pero tiene peso. Es la voz de quien ha aprendido a escuchar antes de hablar.

    Desde el primer instante, Yarabí deja ver la raíz que la sostiene: Una familia profundamente ligada a la educación, a los valores y al servicio público. “Soy una mujer de cuarenta y siete años, hija mayor, tengo una hermana y un hermano; todos nicolaítas. Mi papá fue profesor y director de colegio, y mi mamá también docente, ambos involucrados con la Secretaría de Educación en el Estado. Crecí en un ambiente profundamente educativo, con amor por la lectura, el deporte y los valores de justicia y honestidad”.

    Habla de su hogar con gratitud y una nostalgia que se adivina en su mirada. “Siempre tuve la fortuna de estar rodeada de amor y de disciplina. Mis padres nos enseñaron que el conocimiento abre caminos, pero también que sin ética, ninguna preparación sirve de nada”.

    Su historia comienza en La Huacana, en la región de Tierra Caliente, donde pasó su infancia. Aquellos años marcaron su carácter. “Viví allá desde los tres hasta los catorce años. Allá aprendí la libertad de correr descalza, nadar en el río y disfrutar de la cercanía de la familia y la comunidad”, recuerda sonriendo. Habla de ese entorno como quien vuelve mentalmente a casa. “La vida en Tierra Caliente me enseñó a valorar la claridad y la sinceridad en las personas, algo que hoy es parte de mi guía”.

    De niña, Yarabí era inquieta, alegre y participativa. Recuerda los juegos con resorte, las tardes saltando la cuerda, los domingos familiares viendo a Chabelo. “Había disciplina, porque mis papás eran maestros, pero también había ternura. Me exigían, sí, pero también me alentaban a disfrutar de las pequeñas cosas”. Esas experiencias, confiesa, sembraron en ella una fortaleza discreta, una manera de afrontar los retos sin perder la sonrisa.

    Su paso de la niñez a la adolescencia coincidió con el regreso de su familia a Morelia. “Fue un cambio fuerte. Pasar del campo a la ciudad te enseña a adaptarte, a escuchar, a observar. Y creo que esa capacidad de adaptarme me ha servido toda la vida”.

    Cuando llegó el momento de elegir carrera, su destino no parecía escrito. “Yo quería ser bailarina, pero reprobé solfeo”, cuenta entre risas. “Así que la contaduría fue mi segunda opción y descubrí que la administración me apasiona porque es universal y te permite aplicar estrategias para mejorar cualquier institución.” Detrás de la anécdota hay un rasgo clave: Su capacidad para reconvertir los tropiezos en aprendizajes. “Cada decisión, incluso las que parecen pequeñas, te lleva a un punto donde entiendes por qué tenías que estar ahí”.

    Su trayectoria en la Universidad Michoacana no fue improvisada. Comenzó como docente y fue ascendiendo con constancia y resultados. “Empecé en la Facultad de Contaduría, dando clases, coordinando áreas, participando en acreditaciones, integrándome como consejera universitaria. Luego vinieron responsabilidades mayores: la Contraloría, la Subsecretaría de Administración… y ahora, la Rectoría”. No lo dice con vanidad, sino con el peso de quien ha trabajado cada peldaño. “Creo que si trabajas con resultados y honestidad, las oportunidades se presentan solas”. 

    Su faceta como docente es una de las que más la enorgullecen. Ha impartido materias de contabilidad, administración, desarrollo organizacional, procedimientos administrativos, marketing político y gestión educativa. “Soy exigente, pero accesible. Me gusta que los estudiantes no tengan miedo a tomar decisiones ni a proponer. La universidad es un espacio para equivocarse y aprender, no para tener miedo”.

    Habla de sus alumnos con afecto genuino. “Siempre digo que aprendo más de ellos que ellos de mí. Cada generación te enseña algo nuevo sobre cómo están cambiando las formas de pensar, de sentir, de soñar”.

    Su vida cotidiana combina la intensidad del trabajo con la disciplina personal. “Me levanto a las cuatro de la mañana, preparo el desayuno de mi hijo y entreno natación antes de iniciar la jornada en la Rectoría. Cada día es una cadena de eventos, reuniones, gestiones con directores, sindicatos, estudiantes… y nunca hay tiempo suficiente. Pero cada minuto cuenta para avanzar en la universidad”.

    Esa disciplina, dice, no es sacrificio, sino vocación. “Lo hago con gusto. Sé que cada día trae algo nuevo, y me gusta sentir que estoy contribuyendo a algo más grande que yo”.

    Fuera del trabajo, hay una Yarabí más íntima. Le gusta la música —“aunque no sé tocar, colecciono guitarras y saxofones”—, disfruta cocinar los platillos de Tierra Caliente, ver películas y miniseries históricas, y practicar deportes. “La música y la historia me conectan con lo humano, con el alma. Me recuerdan que todo tiene ciclos, que lo que hoy vivimos ya lo enfrentaron otros antes”.

    En esa misma línea, sus admiraciones revelan su mirada sobre la vida: “Admiro profundamente a mis padres, por su entrega, su ética y su amor por la enseñanza. También a figuras como Leonardo da Vinci, Miguel Hidalgo, José María Morelos y Melchor Ocampo, porque fueron humanistas, pensadores y valientes. De ellos rescato esa visión integral del ser humano. Por eso siempre digo: Humanista por siempre”.

    Su llegada a la Rectoría de la Universidad Michoacana fue tan repentina como trascendental. “Me llamaron para una reunión de diez minutos y al llegar, la comisión me informó que sería la rectora. Fue inmediato y con mucha responsabilidad.” No fue un nombramiento planeado, sino el reconocimiento a años de trabajo silencioso. “No tuve tiempo de pensar en cómo me veía en el cargo. Sólo sentí el peso de la responsabilidad y el deseo de no fallarle a la comunidad universitaria”.

    Desde entonces, ha asumido el reto de conducir una institución emblemática con casi 300 años de historia. Bajo su gestión, la UMSNH ha fortalecido su infraestructura, los programas deportivos y culturales, y ha avanzado en temas sensibles como la protección a estudiantes y la igualdad de género. “Creamos unidades de mediación y tribunales de género. La universidad no puede pasar de noche; cada día hay que pensar en el legado que dejamos”.

    Habla con pasión de los logros, pero también de los desafíos: “La universidad vive, respira, cambia. No podemos conformarnos con la rutina. Siempre hay algo que mejorar”. Reconoce que la mejora continua es un principio que guía su gestión: “Todos los días surgen nuevas oportunidades para implementar cambios. El reto es tener la energía y la visión para realizarlos”.

    Los momentos más significativos, confiesa, no son los grandes anuncios ni los reconocimientos, sino los gestos cotidianos. “Me ha tocado ver estudiantes que llegan con un problema y salen con una solución. O trabajadores que agradecen una gestión rápida. Esos momentos son los que más me gustan, cuando puedes ayudar y ver la diferencia inmediata”.

    Esa cercanía es su sello. No concibe el liderazgo como distancia ni autoridad fría, sino como un ejercicio de empatía. “El poder sólo tiene sentido si sirve para transformar positivamente la vida de las personas”.

    Y en esa frase se condensa su visión, su biografía y su legado: Una mujer que creció entre libros y valores, que aprendió a mirar el mundo con empatía y rigor, y que hoy encabeza una institución que simboliza el pensamiento libre, la ciencia, la cultura y el espíritu humanista de Michoacán.

    Yarabí Ávila González no sólo dirige una universidad: Representa un modelo de liderazgo basado en la ética, la sensibilidad y la inteligencia emocional. Una mujer que habla de administración con precisión, pero que no olvida hablar de humanidad con el corazón.

    Su visión integral considera la educación como la llave maestra para transformar vidas y comunidades: “Si tuviera una llave mágica para abrir una puerta en Michoacán, sería la de la educación y el desarrollo integral. Porque a través de la educación podemos transformar vidas, fortalecer comunidades y construir un futuro con oportunidades para todos”.

    Yarabí Ávila González encarna un liderazgo que combina disciplina, sensibilidad y humanismo, guiando a la Universidad Michoacana hacia la excelencia y la equidad. Su historia demuestra que crecer con raíces sólidas, aprender de cada experiencia y comprometerse con la comunidad permite no solo construir una carrera destacada, sino también dejar un legado profundo y significativo en todos quienes la rodean.

    “Creo que todo lo que hacemos debe tener un propósito: mejorar la vida de alguien más. Si logramos eso, habremos cumplido con nuestro deber”, dice al despedirse. Cada anécdota, cada cita y cada reflexión revelan que la verdadera transformación empieza desde el corazón y se multiplica a través de la educación.

  • ENTREVISTA. Yareni Pérez Vega: La voz que nace de las manos

    ENTREVISTA. Yareni Pérez Vega: La voz que nace de las manos

    La Página

    Por VÍCTOR ARMANDO LÓPEZ

    Desde pequeña, Yareni Pérez Vega descubrió que la vida podía hablarle de maneras distintas. Nacida en Morelia, Michoacán, aprendió desde sus primeros días que su mundo era diferente: ¡No tenía sonido!

    Nació sorda, pero llena de curiosidad, de inquietudes y de un deseo profundo de aprender y de enseñar.

    “Soy una mujer joven, una mujer sorda, orgullosamente michoacana… me encanta convivir con la sociedad”, dice con la naturalidad de quien se reconoce en su identidad y la celebra.

    Entrevistada en el programa “Conexión” perteneciente al portal www.lapaginanoticias.com.mx comparte sus recuerdos de infancia, mismos que son un collage de emociones, travesuras y descubrimientos.

    “Cuando era pequeña era muy traviesa, muy hiperactiva, conociendo dos mundos diferentes: El mundo de los sordos y el mundo de los oyentes. Al principio creí que todos sabían mi lengua, pero luego descubrí que existían dos universos muy distintos”.

    Esa comprensión temprana de la dualidad entre las personas oyentes y las sordas la marcó de manera profunda, enseñándole desde pequeña la necesidad de derribar barreras y de luchar por un lugar propio.

    Yareni nació en una familia que la entendió y la apoyó. Su madre, intérprete certificada de Lengua de Señas Mexicana, y su padre, sordo, junto con su hermana oyente, conformaron un entorno en el que la lengua de señas era el corazón de la comunicación.

    “Me siento muy afortunada y orgullosa de mi entorno. No puedo decir otra cosa: Amo a mi gran familia y amo ser parte de ella”, afirma con firmeza. Esa base le permitió enfrentar los desafíos de la escuela y la sociedad.

    El camino no fue fácil. Desde el preescolar, Yareni vivió la discriminación y el aislamiento: “Me sentía invisible… mis compañeros querían que me fuera a una escuela especial. Me decían ‘pobrecita’, ‘sordomuda’, ‘qué lástima’”, recuerda. Pero esas experiencias no la derrotaron; al contrario, la impulsaron a luchar con mayor fuerza.

    Su infancia estuvo marcada por un sentimiento de injusticia frente al desconocimiento de quienes la rodeaban, pero también por un compromiso incipiente: “A mí lo que me preocupa y me ocupa son los niños sordos; no quiero que sufran lo mismo que yo sufrí”.

    A los doce años, Yareni alcanzó un hito que nadie más había logrado: Recibió el Premio Nacional de la Juventud 2017, en la categoría de Discapacidad e Integración, reconocimiento a su activismo desde la infancia. Desde los siete años, comenzó a elaborar libros educativos diseñados específicamente para la comunidad sorda, con dibujos, dactilología y español escrito, pensados para facilitar el aprendizaje en preescolar.

    “Cuando me dijeron que lo gané, dije ¡Guau… puedo, sí puedo! Ahí entendí que podía hacer muchas cosas más”, comenta.

    La creación de estos materiales no solo respondía a su propia experiencia de aprendizaje, sino también a la necesidad de abrir caminos para otros niños y niñas sordos que, como ella, enfrentaban barreras por la falta de recursos y oportunidades.

    Su educación refleja la misma pasión por transformar la realidad. Estudió la licenciatura en Ciencias Políticas y Administración Pública, con el objetivo de generar políticas públicas que garanticen derechos y oportunidades a las personas con discapacidad.

    “Elegí esa carrera porque quiero hacer ajustes razonables, modificar leyes que no son correctas, y asegurar que las personas con discapacidad tengan una mejor calidad de vida. Me pregunto: ¿Dónde está ese cinco por ciento de personas con discapacidad que debería laborar en instituciones de gobierno? Por eso debo luchar y hacer que las leyes se cumplan”, explica con claridad y convicción.

    Actualmente Yareni Pérez, cursa una segunda carrera en línea en el área empresarial, formando parte de un grupo de quince personas sordas a nivel nacional.

    Su activismo y compromiso social no se limitan a lo académico. Yareni ha visitado zonas rurales, dando charlas a padres de familia con hijos sordos para enseñarles que sus hijos pueden desarrollarse plenamente. “El hecho de ser sorda no significa retroceso, sino todo lo contrario: se puede, y sus hijos son igual que yo”, señala.

    Cada acción, cada libro, cada iniciativa que emprende busca derribar barreras y generar inclusión real.

    En la vida cotidiana, Yareni es tan organizada y disciplinada como apasionada. Sus días comienzan temprano, entre trabajo, proyectos y reflexiones sobre cómo mejorar la vida de las personas sordas. Luego, dedica tiempo a caminar con su perro, a dibujar y a escribir, actividades que para ella son una extensión de su mundo interior y de su creatividad.

    “Me encanta dibujar árboles; para mí representan la vida, los colores y la conexión con la naturaleza”, comenta. También disfruta del cine y de la lectura, con preferencia por películas de acción y dramas, y conserva el gusto por juegos y recuerdos de su infancia, aunque siempre con un enfoque en aprendizaje y superación.

    Su relación con su madre es un pilar fundamental de vida. “Mi madre es mi equipo, mi puente de comunicación, mi voz. Ella me interpreta y da vida a lo que quiero decir. A veces otros intérpretes no tienen esa conexión, pero mi madre me conoce desde que nací. Ella sabe lo que quiero expresar, y yo siento que a través de mis manos hablo”, explica con emoción. Esta alianza refleja no solo un vínculo familiar, sino también un soporte vital en su activismo y trabajo diario.

    Pérez Vega también ha recibido reconocimiento público por su labor, incluyendo un homenaje en el Congreso del Estado de Michoacán, mismo que le entregó la condecoración “Mujer Michoacana 2025”. Evento donde fue ovacionada de pie por una multitud que celebró su trayectoria y compromiso con la comunidad sorda.

    “Sentí una emoción increíble, tan agradecida con la comunidad sorda y también con amigos oyentes que me acompañaron. Fue un momento que jamás olvidaré”, recuerda con entusiasmo.

    Su visión sobre la sociedad michoacana es clara y realista: aún hay mucho por hacer para integrar a las personas con discapacidad. “Hace falta mucho, pero tengo esperanza. Michoacán debe abrir sus puertas, tener una actitud positiva y aceptar la diferencia. Se necesitan intérpretes de lengua de señas en educación, salud y empresas. La simulación no sirve, hay que trabajar verdaderamente por la inclusión”, afirma con determinación.

    Actualmente colabora en la Comisión Estatal de Derechos Humanos, atendiendo a personas con discapacidad y promoviendo proyectos que garanticen derechos y servicios adecuados. Más allá de su trabajo institucional, Yareni también enseña a la sociedad a interactuar con personas sordas, aconsejando iniciar la comunicación a través de escritura, mímica o lengua de señas básica, y fomentar una actitud positiva y abierta.

    Pese a los desafíos y la discriminación que ha enfrentado, Yareni mantiene una mirada esperanzadora y un compromiso férreo con su comunidad: “La comunidad sorda significa fuerza, lucha, esfuerzo, empoderamiento y derribar barreras”, dice. Sus sueños personales combinan lo profesional y lo creativo: desea ser diputada, actriz y emprender un negocio propio, siempre con el objetivo de generar impacto positivo.

    En cada palabra, cada acción y cada proyecto, Yareni refleja que la discapacidad no define límites, sino posibilidades. Su historia es una lección de resiliencia, pasión y liderazgo. Su vida es una invitación a reconocer que la inclusión, la educación y la empatía son herramientas esenciales para transformar sociedades.

    Michoacán para Yareni Pérez es “belleza, historia, orgullo, reconocimiento, fortaleza y lucha”.

    Al participar en la dinámica de “La llave mágica”, la activista destaca que a Michoacán le abriría la puerta de la esperanza, la acción y la fe. “¡A mí, ya me ha tocado abrir muchas puertas!”

  • ENTREVISTA. Yohana Mendoza: De niña resiliente a presidenta municipal; la alcaldesa más joven da un vuelco total a Ario de Rosales

    ENTREVISTA. Yohana Mendoza: De niña resiliente a presidenta municipal; la alcaldesa más joven da un vuelco total a Ario de Rosales

    La Página

    Por VÍCTOR ARMANDO LÓPEZ

    Entre sus estudios de primaria y la atención de los negocios familiares transcurrió su infancia, etapa en la cual jugaba (a los 8 años de edad) a dar el Grito de Independencia, con una bandera de México en la mano. Dinámica con la que practicaba la consolidación de un sueño: Ser presidenta municipal de Ario de Rosales.

    Sueño que persiguió con preparación y trabajo hasta conseguirlo. Hoy Johana Mendoza Bermúdez es la presidenta municipal de Ario de Rosales, pero no sólo eso, pues es también la alcaldesa más joven de Michoacán.

    Desde la ciudad de Morelia, Michoacán, Yohana Mendoza Bermúdez, a sus 28 años de edad, se abre con cercanía y franqueza para contar su historia.

    En el programa “Conexión” habla con la seguridad y la pasión de quien ha sabido forjarse un camino desde la infancia, aprendiendo que la resiliencia y el trabajo constante son herramientas imprescindibles para la vida.

    “Soy una mujer determinada, apasionada, muy firme y muy persistente, sobre todo resiliente, porque eso es lo que amerita el carácter”, dice, describiéndose a sí misma con la claridad de quien conoce sus fortalezas y ha aprendido a convertirlas en motor de acción.

    Nacida en el seno de una familia trabajadora, Yohana creció rodeada de esfuerzos compartidos y responsabilidades tempranas. Su madre tenía una zapatería y su padre un restaurante de mariscos, y desde pequeña se acostumbró a vivir entre ambos mundos.

    “Cuando llegaba de la primaria, era a ponerme ahí en la zapatería y hacer las tareas. Si quería jugar, bueno, jugaba en un rinconcito”, recuerda. Yohana aprendió desde los ocho o nueve años a cuidar la tienda, a vender con carisma y a asumir responsabilidades que la hicieron madura mucho antes de su edad. Su madre se sorprendía al verla superar en ventas a personas mayores, pero para ella era natural:

    “Tenía el carisma, había gente que le caía en gracia y así fue como me fui formando”. Su infancia y adolescencia estuvieron marcadas no solo por la responsabilidad laboral, sino también por el amor al aprendizaje. Estudiosa, curiosa y platicadora, Yohana encontraba en los libros y en las relaciones humanas un espacio para crecer. Desde pequeña, incluso jugando, cultivaba un espíritu de liderazgo:

    “Yo jugaba mucho a ser presidenta. Desde los seis años decía que iba a ser presidenta de Ario y me ponía a dar el grito con la bandera más grande que encontraba”. A la par, sus juegos eran un reflejo de su carácter versátil: aunque las muñecas nunca fueron su principal interés, disfrutaba de los soldaditos y de los juegos de corral con animales, demostrando que para ella los límites de género en la infancia eran secundarios frente a la creatividad y la curiosidad.

    El crecimiento de Ario de Rosales también marcó su visión del mundo y de su comunidad. “Muchísimo ha cambiado; lo que detonó el crecimiento fue la producción de aguacate. Antes era un lugar tranquilo, con pocos carros y comercio limitado. Ahora hay empaques, comercializadoras, medianas empresas, y todavía se mantiene como un lugar donde la gente quiere vivir por su seguridad y tranquilidad”.

    Para Yohana, este desarrollo no solo es económico, sino social: su compromiso como gobernante es garantizar que la modernización conviva con la identidad y los valores locales. Su formación académica y profesional fue un reflejo de su espíritu curioso y exigente. Si bien en un principio consideró estudiar odontología, una conversación con su hermana la llevó a la economía, una decisión que describe como transformadora:

    “Me dijo ‘¿Te apasiona?’ Y me di cuenta de que siempre me interesaron más los temas sociales y la política. Así fue que decidí estudiar economía, y fue la mejor decisión; me da herramientas para entender problemas sociales y económicos, y para tomar decisiones con impacto”.

    Durante su estancia en la universidad, combinó estudios con trabajo, aprendiendo a relacionarse con maestros, políticos y colegas, construyendo una red de experiencias que hoy le permite gobernar con perspectiva y estrategia.

    La política, reconoce, siempre estuvo presente en su vida. Desde pequeña participaba en la sociedad de alumnos y en actividades comunitarias, sin saber que estaba trazando un camino hacia el liderazgo municipal. “Siempre hice política, incluso sin darme cuenta. Me gustaba participar para el beneficio de la colectividad”.

    Hoy, su día a día como presidenta municipal de Ario de Rosales es intenso y diverso: Se levanta temprano, revisa noticias y economía global, supervisa obras en territorio, atiende a ciudadanos y coordina con su equipo, siempre con un enfoque cercano a las necesidades de su comunidad.

    “Todos los días son distintos, pero me encanta. Lo importante es estar en el territorio, con la gente, checando que lo que queremos hacer se esté realizando”.

    Además de su faceta profesional, Yohana Mendoza comparte aspectos íntimos de su vida personal, que reflejan su humanidad y sensibilidad. Amante de la comida michoacana, y en específico la ariense, disfruta de enchiladas, corundas y la tradicional olla podrida.

    Además, mantiene pequeños hábitos y pasiones que la conectan con la vida más allá de la política, pues colecciona “Muñecas Marías” de trapo. En materia de entretenimiento opta por ver series y novelas que combinan estrategia, política y emociones humanas, como House of Cards, The Crown e Ingobernable.

     Yohana Mendoza Bermúdez es hoy un ejemplo de liderazgo joven, decidido y cercano, pero también de resiliencia, disciplina y amor por su comunidad. Su relato muestra cómo la combinación de valores familiares, educación sólida, experiencias profesionales y vocación política puede convertirse en un proyecto de transformación social real.

    Al participar en la dinámica de “La llave mágica”, Johana Mendoza Bermúdez puntualiza que con ella le abriría a Ario de Rosales la puerta de una dotación permanente de agua, pues ese es el principal problema que se tiene en esta tierra actualmente.

    En cada acción que emprende, ya sea supervisando una obra, entregando útiles escolares o tomando decisiones estratégicas desde el Ayuntamiento de Ario de Rosales, ella mantiene presente la premisa que la guía desde niña: trabajar con pasión y dejar huella para que el paso por la vida no sea en vano.

  • ENTREVISTA. Celeste Ascencio Ortega: La voz de los pueblos originarios en el Senado de la República

    ENTREVISTA. Celeste Ascencio Ortega: La voz de los pueblos originarios en el Senado de la República

    Por VÍCTOR ARMANDO LÓPEZ

    Morelia, Michoacán.-En el corazón de Michoacán, entre la tradición purépecha y la vida moderna de Uruapan y Paracho, se forja la historia de una mujer que ha dedicado su vida a la política con rostro humano. Ella es Reina Celeste Ascencio Ortega.

    Actualmente es senadora de la República, y es hoy una de las voces más firmes de los pueblos originarios, defensora de los derechos de las mujeres y de los sectores vulnerables, y una representante de Michoacán con un profundo compromiso social y académico.

    Nacida en la clínica del ISSSTE de Uruapan, Celeste creció en Paracho, cuna de su familia materna y un epicentro de la tradición artesanal y cultural de Michoacán. Su padre proviene de San Isidro Labrador, un pequeño poblado a las faldas del Cerro de Patamban, mientras que su madre es originaria de Paracho. Ambos son maestros, lo que marcó desde temprana edad la importancia de la educación en su vida.

    Su infancia estuvo marcada por el juego al aire libre, los deportes y las tradiciones de su tierra. “Fuimos una generación privilegiada, todavía sin tanto consumo de televisión o era digital. Jugábamos Cachibol, Ponchados y yo practicaba básquet. También ayudaba en las milpas y aprendí a valorar la vida comunitaria de Paracho”, recuerda.

    Con los años, Celeste vio cómo su Paracho natal cambiaba: más calor debido al cambio climático, pérdida de áreas boscosas y retos en sanidad y limpieza urbana, aunque la riqueza cultural y gastronómica se mantiene viva.

    Durante la secundaria y la preparatoria, Celeste demostró ser inquieta y reservada, equilibrando la disciplina familiar con su pasión por el deporte y la lectura. Inspirada por la educación de sus padres, su formación académica fue rigurosa y diversa. Su primer sueño fue aprender música, luego psicología, gastronomía y, finalmente, derecho. La decisión de estudiar derecho surgió tras superar retos académicos, un proceso de autoexploración y la influencia de familiares cercanos.

    Ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde enfrentó desafíos de adaptación, secciones con prácticas corruptas y la exigencia académica que la formaron como una mujer resiliente y comprometida con el aprendizaje. Allí, además de la academia, comenzó a forjar amistades y redes que posteriormente influyeron en su trayectoria política.

    A los 25 años, Celeste llegó a la Cámara de Diputados como legisladora federal, convirtiéndose en una de las representantes más jóvenes de Michoacán. Desde ese primer cargo público, se enfocó en la educación, especialmente en la inclusión de la educación sexual en todos los niveles educativos, un logro histórico plasmado en la reforma al artículo tercero constitucional.

    Su labor legislativa no solo se centró en políticas educativas, sino en visibilizar y dignificar a los sectores vulnerables y a los pueblos originarios. En foros y comisiones, Celeste ha resaltado la importancia de garantizar que niñas y mujeres de comunidades indígenas puedan continuar sus estudios, evitando la deserción escolar causada por matrimonios tempranos, embarazo adolescente o presiones socioeconómicas.

    Además, ha trabajado activamente en la reforma al artículo segundo constitucional, consolidando los derechos de los pueblos originarios, incluyendo la asignación de presupuesto directo a sus comunidades. Su papel ha sido clave para que Michoacán y México den pasos históricos hacia la equidad y el reconocimiento legal de los derechos indígenas.

    Celeste reconoce que su camino ha estado marcado por la interseccionalidad: mujer, indígena, joven y académica. “Al principio no sabía que me asumía con estas interseccionalidades. Solo me asumía como Celeste. Hoy entiendo que debemos reconocer nuestra identidad y luchar por nuestros derechos sin complejos”, explica.

    Su activismo surge desde la academia y la investigación, con estudios sobre pueblos indígenas y familias homoparentales, que la llevaron a involucrarse en política para transformar la realidad de sus comunidades. La defensa de los derechos humanos, la educación y la igualdad de género son pilares de su trabajo, que ha sido reconocido tanto a nivel estatal como federal.

    Más allá del Senado de la República, Celeste mantiene una vida cercana a su familia y a sus pasiones personales. Disfruta el cine, la lectura, la música y la cocina. Entre sus aficiones, destaca convivir con su perrita Ela, un cruce de Husky con Samoyedo, que adoptó con cuidado y cariño. También valora los momentos simples, como preparar chiles rellenos de queso en casa o disfrutar de un vaso de agua natural.

    Su vida cotidiana como senadora es intensa: inicia con ejercicio, cuidado de su mascota, revisa pendientes, atiende audiencias, se traslada a comisiones y encuentros legislativos, siempre manteniendo la cercanía con la ciudadanía y la autocrítica como herramienta de mejora.

    Celeste se inspira en su familia, en líderes políticos de su país y en figuras que representan ideales de justicia y equidad. Reconoce el impacto de Andrés Manuel López Obrador en su vida política, así como de la primera Presidenta de la República, cuya labor considera un ejemplo de gestión y cercanía con la población.

    Su compromiso con Michoacán y los pueblos originarios es profundo y transgeneracional. La senadora aboga por abrir puertas de seguridad, cultura, paz y desarrollo, posicionando a su estado como ejemplo nacional e internacional. Su mensaje a los michoacanos es claro: “Tenemos que prepararnos, capacitarnos y asumir nuestra riqueza cultural para avanzar hacia un futuro más justo y próspero”.

    En el Senado de la República, Celeste Ascencio Ortega representa un cambio en la política mexicana: una mujer joven, indígena y académica que combina la sensibilidad social con la eficacia legislativa. Su trabajo en derechos humanos, educación, equidad de género y pueblos originarios marca un camino para futuras generaciones, demostrando que la política puede ser un instrumento para la justicia y la transformación social.

    Al participar en la dinámica de “La llave mágica” del programa “Conexión”, Celeste Ascencio puntualizó que con ella le abriría a Michoacán la puerta de: “La seguridad, la de la paz, la de la esperanza, la del turismo y la de la cultura. En Michoacán tenemos que darnos cuenta que podemos ser un ejemplo nacional e internacional en muchísimos aspectos”.

    “Creo que hemos dado pasos históricos, pero aún falta mucho. Lo importante es seguir trabajando con pasión, cercanía y responsabilidad. Michoacán y México merecen que hagamos de nuestras raíces un motor de desarrollo y dignidad para todos”, concluye.

  • ENTREVISTA. Jesús Mora González: Entre la política y el corazón del pueblo michoacano

    ENTREVISTA. Jesús Mora González: Entre la política y el corazón del pueblo michoacano

    La Página

    Por VÍCTOR ARMANDO LÓPEZ

    Morelia, Michoacán.-Nació en Tuxpan, un pintoresco municipio del oriente de Michoacán, en 1984. Hoy, con 41 años, Jesús Mora González se ha convertido en una de las figuras más visibles y comprometidas de la izquierda michoacana, como presidente estatal del partido Morena.

    Pero más allá de su trayectoria política, Mora guarda un profundo vínculo con su tierra, sus raíces y la vida cotidiana que lo formaron como ser humano.

    “Acabamos de cumplir 41 años, la edad difícil, pero hasta el momento todo bien, todo en orden. Tengo tres hijos y venimos militando desde la izquierda desde muy jóvenes, desde que fuimos estudiantes. Me interesó mucho la participación política y hemos estado en ella ininterrumpidamente más de veinticinco años”, comparte con orgullo.

    Jesús recuerda su infancia con la claridad de quien ha vivido profundamente sus recuerdos: “Me gustaba jugar al fútbol y mi papá nos enseñó ajedrez a mi hermano y a mí. Desde niño cultivamos el hábito de practicar diariamente, y también nos gustaba salir con nuestros amigos, tener nuestra palomilla, donde platicábamos y compartíamos nuestras experiencias”.

    Creció rodeado de montañas y cerros que marcaron su infancia: el Cerro de la Víbo, el Cerro de la Campana, el Cerro de la Cruz y el Cerro del Molcajete. Allí aprendió no solo el gusto por el senderismo y la naturaleza, sino la disciplina y la constancia, valores que llevaría a su vida política.

    Su adolescencia transcurrió en la secundaria federal “Francisco J. Múgica”, y más tarde en la Prepa 3 de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, donde comenzó a forjar su activismo estudiantil. “Tuve maestros muy buenos. Somos defensores de la educación pública y gratuita. Desde muy chavos empezamos a participar en el activismo estudiantil, siendo consejeros técnicos y universitarios”, recuerda.

    Aunque su familia tiene en su formación la medicina –su padre es dentista, su madre educadora y su hermano médico–, Jesús se inclinó hacia las ciencias sociales y el derecho.

    “Fue una decisión práctica, aunque también por interés genuino en entender la justicia y la sociedad. El derecho es una carrera noble y me ha llenado mucho”, afirma. Su formación universitaria no solo le dio herramientas legales, sino que fortaleció su convicción de servir al pueblo.

    Durante su estancia universitaria, Mora se involucró intensamente en la defensa de los derechos estudiantiles. Fundó y participó en organizaciones como Izquierda Universitaria e Izquierda Nicolaíta, que llegaron a tener presencia en más de 25 escuelas, defendiendo el acceso a la educación y los derechos de los jóvenes.

    “Luchamos para que cientos de jóvenes ingresaran, permanecieran y se titularan en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Esa es una de las satisfacciones más grandes de mi vida”, relata.

    Jesús Mora comenzó su militancia formal en 1999, al afiliarse al PRD con apenas 15 años. Desde entonces, su participación política ha sido constante y diversa: fue regidor, diputado federal y presidente municipal de Tuxpan. Cada uno de estos roles lo formó y consolidó como líder. “Ser presidente municipal es un gran honor y una enorme responsabilidad. La gente cree que es un cargo con recursos infinitos, pero la realidad es que hay muchas limitantes económicas y necesidades crecientes. La satisfacción más grande es poder regresar a tu pueblo sin temor ni necesidad de ocultarte”, asegura.

    Su trayectoria ha estado marcada por la convicción de actuar con ética y servicio. No ha necesitado escoltas ni protección especial para desenvolverse en su municipio. Su compromiso se refleja en la cercanía con la ciudadanía y la transparencia en su gestión, elementos que él considera fundamentales para un líder político.

    Entre las historias que guarda con afecto, Jesús recuerda un episodio que casi le cuesta la vida: “Alguien nos propuso subirnos a un caballo apenas una semana después de ser presidente. Nunca había montado. El caballo se desbocó y tuve que aventarme para salvarme. Desde entonces, no me subo a ningún caballo, y no se los recomiendo a los que no saben montar”.

    También comparte su gusto por la cocina y la comida tradicional: los sopes de picadillo son su platillo favorito, disfruta preparar mole y pipián, y guarda una particular afición por los colibríes, que colecciona en figuritas y cuadros. Estos detalles reflejan su lado cercano, familiar y sencillo, lejos de la imagen rígida de un político.

    Jesús Mora se ha inspirado en figuras históricas que representan ideales y convicciones firmes. Entre sus referentes están el Che Guevara, Fidel Castro, Lázaro Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. “Estos personajes nos muestran que los ideales se deben pelear hasta con la vida. No podemos desdeñar los logros obtenidos ni dormirnos en los laureles. La derecha está siempre al asecho”, señala.

    Como presidente del Comité Ejecutivo Estatal de Morena, Mora reconoce los desafíos de liderar un partido diverso y de izquierda: “Morena es un partido con muchas tendencias ideológicas distintas, pero buscamos mantener cohesión, unidad y un piso parejo para todos los compañeros y compañeras, garantizando democracia interna y participación activa”. Su enfoque se centra en consolidar el partido, fortalecer la afiliación y reafiliación, y asegurar

    que los mejores hombres y mujeres sean los representantes. “Nuestra campaña de afiliación es puerta por puerta. A nosotros sí nos abren la puerta, y vamos cumpliendo las metas semana a semana”, asegura.

    A pesar de sus múltiples responsabilidades, Mora intenta mantener un equilibrio con su vida personal. Se levanta temprano, revisa pendientes, atiende audiencias, medios de comunicación y realiza recorridos por territorio. En sus momentos de descanso, disfruta leer, escuchar música –su preferencia es un rock tranquilo–, ver documentales y pasar tiempo con su familia. “Cocinar me relaja. Después de un día agitado, preparar algo ayuda a bajar el estrés”, confiesa.

    Jesús Mora asegura que la vida política y pública le ha dejado más satisfacciones que preocupaciones. “Ayudar de manera genuina, sin esperar nada a cambio, es indescriptible.

    Eso no tiene precio. Mi meta siempre ha sido contribuir a que los mexicanos tengan una vida más digna, que los niños no pasen hambre y que las futuras generaciones tengan mejores oportunidades”. Su compromiso con la cuarta transformación y con Morena se refleja en su trabajo constante, su cercanía con la militancia y su visión de un partido fuerte, democrático y justo, que continúe consolidando los logros alcanzados en México.

    Jesús Mora González es mucho más que un político. Es un hombre formado en la vida cotidiana de Tuxpan, en los valores familiares, en la disciplina del deporte, en la pasión por la educación y en el activismo juvenil. Su historia muestra la construcción de un líder que no solo busca ocupar espacios de poder, sino transformar la vida de su gente, defender sus ideales y dejar un legado de servicio, ética y humanidad.

    Al participar en la sección de “La llave mágica” del programa “Conexión”, Jesús Mora puntualiza que de tenerla le abriría con ella a Michoacán la puerta del “Bienestar”.

    “No ha sido sencillo, la administración anterior dejó el estado en bancarrota, pero estamos trabajando para que todas las michoacanas y michoacanos tengan una vida digna, con más oportunidades y felicidad. Para eso necesitamos del respaldo de todos”, concluye.